La Infanta Cristina, el Rey, la Reina y la Infanta Elena, en las versiones del Museo de Cera. G3
El Rey durmió solo en la cama de tres metros de ancho de la suite presidencial del hotel Ritz de Lisboa, mientras la Reina pasaba la noche en otra habitación del mismo hotel. Cuando el Rey se despertó por la mañana, ella ya había regresado a Madrid. No se cruzaron ni una palabra, ni un gesto. Me lo cuenta una colega portuguesa, "no se hablaron, aquí se comentó que la Reina había venido obligada, la llamó la mujer de nuestro presidente advirtiéndole que a la cena iba a asistir la mujer de Napolitano y que quedaría muy desairado ver a Don Juan Carlos solo". La colega añade con tristeza: "Se nota que no tienen nada en común, la Reina estuvo aguantando el tipo toda la noche, encima el Rey hablaba portugués e italiano ¡ella no abrió apenas la boca!".
Por la tarde, Don Juan Carlos había estado a solas con Mario Soares, "hablaron del tema de Doña Cristina, después el Rey bajó al lobby del hotel, donde estábamos nosotros, y nos saludó muy simpático, pero advertimos que se movía dificultosamente ¡qué pena!". Al día siguiente permaneció en la suite hasta la hora de la reunión principal, a las once, "recibió a algunos amigos y cuando entró el camarero con el carrito del desayuno se lo encontró haciendo ejercicios de recuperación, el Rey se puso a reír y le dijo, 'para a frente, que tenho fome...'".
Esta que firma, como la mítica ardilla, ha recorrido España entera esta semana a lomos de la Infanta saltando de tertulia en tertulia. ¡Me he encontrado de todo, y aquí les ofrezco una bonita miscelánea! María Teresa Campos me secretea que en el futuro sólo podremos besarnos en verano ya que en invierno el ósculo estará prohibido por decreto ley como fuente de gérmenes y contagios; Peñafiel deshoja la margarita, renovaré, no renovaré, mientras Emma García despide con pena su programa y va tan mona vestida que Karmele Marchante me envía un whatsapp: "Pregúntale de quién es la blusa". Hay de todo en esta profesión nuestra, el gracioso, el brillante, el pelota, el antipático que sólo se gusta a sí mismo y la falsa moneda que me critica a Pilar Rahola "¡en Alemania ya no volvería a trabajar en su vida!" para pegarle un abrazo emocionado en los pasillos cinco minutos después lamentándose por la campaña desatada en contra de ella.
Susanna Griso, desde su escultural altura, me cuenta que la Infanta "es vegetariana y me extraña que se comiera un bocadillo de jamón en los juzgados", y mientras me tomo un Red bull y me maquillo junto a mi íntimo Albert Castillón, tengo mi primer encuentro con el marido de una amiga, el atractivo Antonio Casado, quién me da el parte: "Carmen [Rigalt] tose y fuma". Mi segundo encuentro lo tengo en El Dilema de Euskal Telebista con el que fue director de 'El Correo', Miguel Larrea, marido de otra amiga, Rosa Villacastín. Se queja de los cacheos en los aviones, "se creen que el cortapuros es un arma letal y tengo que desmotarlo"; por las noches, en los hoteles, con hambre y gripe, miro las llaves de mi casa y lloro. Ya en Barcelona, Xavi Freixas me pregunta desde Rac 1: "Y qué, cómo está la Infanta". Y yo le contesto: "La Infanta no sé, pero yo hecha una mierda, gracias".
Me llama la atención que los periodistas extranjeros siempre me pregunten qué pasa con la figura de la Infanta Cristina en el Museo de Cera. Su director, Gonzalo Presa, me lo aclara, "cuando la Casa Real la apartó de los actos oficiales, nosotros la retiramos unos metros, si se toma alguna decisión sobre su futuro, deberemos hacernos eco de ella...". Ay ay ay, esa carretilla...